Un día la zorra invitó a la cigüeña para cenar y le sirvió una sopa, una gollería de que ambos gustaban mucho, en un plato raso.
- ¿Te gusta mi sopa? – preguntó, mientras la cigüeña picaba sin éxito en el líquido, sin conseguir comer nada.
- ¿Cómo puedo saber, si ni consigo comer? – contestó la cigüeña mirando a la zorra deliciándose y lamiendo la sopa.
Días después fue la vez de la cigüeña retribuir la invitación e invitó a la zorra para comer con ella en su casa a la orilla del lago. Le sirvió la sopa en un jarro largo en bajo y estrecho encima.
- Hummmm, ¡está sabroso, querida amiga! – exclamó la cigüeña, enfilando el pico largo por el cuello – ¿No lo crees?
Por supuesto que la zorra no hallaba ni podría hallar nada, pues el hocino no pasaba por el cuello estrecho del jarro. Lo intentó varias veces sin éxito hasta que, bastante mal humorada, se despidió de la cigüeña, protestando entre dientes:¡No te he hallado gracia ninguna...!
Fábula de La Fontaine
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